¿Mahón o Maó?
La ola de nacionalismo desbocado que nos está tocando sufrir en España alcanza en muchas ocasiones un grado de estulticia difícilmente comprensible o soportable. La política, o la “maldita política”, como suelo decir yo, parece impregnarlo todo. Hasta tal punto que para muchas personas resulta imposible tratar cualquier asunto sin teñirlo (contaminarlo, más bien) de rancios y absurdos desvaríos étnico-identitarios.
En este contexto tan peculiar y esperpéntico, tan español, en definitiva, uno de los caballos de batalla más comunes es el de la lengua. Y así, para asombro de cualquier observador imparcial, vemos como uno de los ámbitos privados más valorados por los seres humanos, llamado a ser instrumento de comunicación y transmisor de cultura, es utilizado irresponsablemente por parte de políticos sin escrúpulos e incultos (valga la redundancia en ambos casos) para intentar desinformar, manipular y uniformar al vulgo.
Ha llegado a mis oídos la polémica suscitada por la aprobación de una moción para normalizar el topónimo de la ciudad de Mahón (Menorca). Según acuerdo tomado por el consistorio municipal, el nombre oficial de la población ha pasado a ser Maó. Esto, que en principio no debería suponer mayores problemas, ha levantado una considerable polvareda. El tiempo dirá en qué acaba el asunto, pero de momento la polémica está servida.
La cuestión es que cuando ocurre algo así parece que todos nos sentimos obligados a tomar partido. Bueno, todos no. Yo no. ¿Por qué? Pues por dos razones muy sencillas. En primer lugar porque el debate puramente político me trae al fresco. Me da exactamente igual que el Ayuntamiento adopte el nombre de Magón, Mahón, Mahó, Maó o Mô. Conociendo a los políticos, seguramente acabarán haciendo todo lo contrario de lo que aconsejan el sentido común o los intereses generales. En segundo lugar, y por fortuna, las lenguas no dependen de las decisiones políticas. Tienen sus propias normas, su propia evolución; en resumen, que van a su aire. Así, Mahón nunca ha sido Mahón en catalán, de la misma manera que Mahón seguirá siendo Mahón en castellano o español. Esto podrá gustar más o menos, pero es lo que hay.
En conclusión, no hay que optar por uno u otro topónimo. Lo que debería hacerse con absoluta normalidad es utilizar la forma apropiada según el idioma que se esté empleando. En español, que es de lo que yo puedo hablar, se suele preferir la versión castellana a la vernácula. Por eso siempre existirá Mahón, con independencia de que sea o no el nombre oficial de la ciudad. Por eso viajamos a Londres, y no a London. Aunque, claro está, hay mucho esnob suelto por ahí que se escandaliza de que la mayoría de castellanohablantes digamos La Coruña o Gerona. Será porque ellos tienen sucursales de su empresa en Köln y en verano viajan a New South Wales.
Por cierto, al hilo de todo esto he encontrado en Internet un artículo muy recomendable escrito hace algunos años por Ana M. Vigara Tauste. En él se describen muy bien algunas de las diversas maneras en que los medios de comunicación han abordado el uso de los nombres propios no castellanos. Puede ser un buen punto de partida para quien desee conocer algo más sobre el tema de una forma desapasionada.
En este contexto tan peculiar y esperpéntico, tan español, en definitiva, uno de los caballos de batalla más comunes es el de la lengua. Y así, para asombro de cualquier observador imparcial, vemos como uno de los ámbitos privados más valorados por los seres humanos, llamado a ser instrumento de comunicación y transmisor de cultura, es utilizado irresponsablemente por parte de políticos sin escrúpulos e incultos (valga la redundancia en ambos casos) para intentar desinformar, manipular y uniformar al vulgo.
Ha llegado a mis oídos la polémica suscitada por la aprobación de una moción para normalizar el topónimo de la ciudad de Mahón (Menorca). Según acuerdo tomado por el consistorio municipal, el nombre oficial de la población ha pasado a ser Maó. Esto, que en principio no debería suponer mayores problemas, ha levantado una considerable polvareda. El tiempo dirá en qué acaba el asunto, pero de momento la polémica está servida.
La cuestión es que cuando ocurre algo así parece que todos nos sentimos obligados a tomar partido. Bueno, todos no. Yo no. ¿Por qué? Pues por dos razones muy sencillas. En primer lugar porque el debate puramente político me trae al fresco. Me da exactamente igual que el Ayuntamiento adopte el nombre de Magón, Mahón, Mahó, Maó o Mô. Conociendo a los políticos, seguramente acabarán haciendo todo lo contrario de lo que aconsejan el sentido común o los intereses generales. En segundo lugar, y por fortuna, las lenguas no dependen de las decisiones políticas. Tienen sus propias normas, su propia evolución; en resumen, que van a su aire. Así, Mahón nunca ha sido Mahón en catalán, de la misma manera que Mahón seguirá siendo Mahón en castellano o español. Esto podrá gustar más o menos, pero es lo que hay.
En conclusión, no hay que optar por uno u otro topónimo. Lo que debería hacerse con absoluta normalidad es utilizar la forma apropiada según el idioma que se esté empleando. En español, que es de lo que yo puedo hablar, se suele preferir la versión castellana a la vernácula. Por eso siempre existirá Mahón, con independencia de que sea o no el nombre oficial de la ciudad. Por eso viajamos a Londres, y no a London. Aunque, claro está, hay mucho esnob suelto por ahí que se escandaliza de que la mayoría de castellanohablantes digamos La Coruña o Gerona. Será porque ellos tienen sucursales de su empresa en Köln y en verano viajan a New South Wales.
Por cierto, al hilo de todo esto he encontrado en Internet un artículo muy recomendable escrito hace algunos años por Ana M. Vigara Tauste. En él se describen muy bien algunas de las diversas maneras en que los medios de comunicación han abordado el uso de los nombres propios no castellanos. Puede ser un buen punto de partida para quien desee conocer algo más sobre el tema de una forma desapasionada.